Tuesday, September 19, 2006

LAS DOS CARAS DE LULA



En los últimos meses de su gestión, Lula, el primer presidente surgido de las clases populares en la historia del Brasil, no las ha tenido todas consigo. El Congreso de su país le hace la vida de cuadritos, y sus programas no han funcionado como se esperaba. La para muchos tan ansiada revolución socialista no ha ocurrido. Sin embargo, fuera de Brasil Lula se mantiene como mítico redentor de un país pobre y desigual. ¿Qué se puede esperar de este hombre?

Por Carolina Nogueira

“Mírenme y díganme si parezco preocupado.” Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente-sindicalista ya acostumbrado a las sutilezas de la política de Brasilia, nos dijo eso con una sonrisa en los labios, caminando a pasos rápidos por los corredores del Palacio do Planalto, el pasado mes de mayo. Contestaba a periodistas que le preguntábamos si se preocupaba con la desarticulación de su mayoría en el Congreso. Minutos después, en la mesa oficial de la ceremonia por el Día Internacional de la Biodiversidad, dejó que lo sorprendiéramos con la mirada en el vacío, en la soledad de quien busca la solución de una ecuación compleja.

Desde que perdió el control de la Cámara de los Diputados, a principios de año, así anda Lula: simulando la tranquilidad que no tiene. En los últimos meses, lo que empezó con denuncias aisladas de corrupción en empresas gubernamentales, se convirtió en una sospecha generalizada sobre su gestión. En el Congreso, actualmente se llevan a cabo por lo menos cinco investigaciones políticas distintas, en un espectáculo de declaraciones y testigos que paralizó por completo el trabajo legislativo del país.

El revés político de Lula comenzó hace más de un año, cuando se descubrió que un asesor directo del entonces ministro de Relaciones Políticas de Lula, Jose Dirceu, estaba involucrado en un asunto de corrupción relacionado con loterías ilegales. Dirceu, que hasta entonces funcionaba como una especie de primer ministro no oficial, perdió poder, y la mayoría en el legislativo se desarticuló. Partidos pequeños, de los que Lula depende para aprobar sus iniciativas en el Congreso, hicieron rehén al presidente.

“Mostraré que la Cámara no es el supositorio del gobierno”, dijo en marzo el entonces recién electo presidente de la Cámara de Diputados del país, Severino Cavalcanti. Nacido en el estado de Pernambuco, el mismo de donde es originario Lula, el inexpresivo diputado del pequeño Partido Pogresista (PP) logró elegirse presidente de la casa legislativa gracias a la traición de parlamentarios gobiernistas que, al sentirse relegados por el presidente, ejercieron su voto de protesta a favor de Severino. Pero la insatisfacción de la mayoría en el gobierno no se aplacó con su elección, y dichos partidos gobiernistas mostraron, meses más tarde, poseer la fuerza para herir aún más a fondo el popular gobierno de Lula.

El gatillo de la crisis fue jalado a fines de mayo, cuando la revista Veja, la más importante del país, divulgó una serie de fotografías –extraídas de un video– donde se muestra a uno de los directores de la empresa estatal de Correos recibiendo fajos de billetes en un claro soborno. Las denuncias vincularon a aliados de Lula en el Partido Trabalhista Brasileiro (PTB) –otro de los partidos pequeños de la sospechosa mayoría del gobierno–. Roberto Jefferson, un diputado de pasado dudoso –señalado en el video como el instigador del escándalo de corrupción–, dejó claro desde el primer momento que no iba a caer solo. Jefferson ametralló al gobierno que solía apoyar: dijo que oyó de un emisario del Planalto el ofrecimiento de recibir plata a cambio de apoyo en las votaciones del Congreso. Relató que él rechazó la oferta, pero aseguró que parlamentarios de otros partidos, a quienes nombró, recibían hacía tiempo una gorda mesada de 12 mil dólares al mes.

Ante eso, los diputados presionaron y lograron instalar comisiones parlamentarias de averiguación, especie de inquisición policiaca hecha por políticos en el Congreso, del mismo tipo de la que culminó con la destitución del entonces presidente Fernando Collor de Mello en 1992, propiciada por un escándalo de corrupción. Incapaz para reconquistar su mayoría en el Congreso y controlar la crisis política, Lula está, sí, preocupado.

¿Parezco presidente?
En cafés y bares de todo Brasil se comenta que al presidente de hoy le falta la energía que tenía de sobra cuando era un simple sindicalista. El hombre que, solo, atrajo simpatizantes suficientes para fundar el PT, tenía un estilo truculento, rabioso, que le mereció el mote de Sapo Barbón.

En mi infancia, su imagen venía siempre asociada a huelgas y discursos vehementes contra los empresarios y el capitalismo mundial –Lula era un manifestante radical, no tomado muy en serio en las discusiones políticas del país–. Su mala fama le ahuyentó los votos durante tres elecciones consecutivas, más de diez años transcurridos como candidato a la presidencia de la republica. Pero un golpe de mercadotecnia cambió todo en 2002.

Modelado por el marketing man Duda Mendonça –uno de los ideólogos de la comunicación gubernamental–, nació un nuevo Lula: el Sapo Barbón fue sustituido por el Lulinha paz y amor. Y Lula comenzó a reír más. A llevar siempre trajes bien cortados y, algo raro en el Lula de antes, el pelo perfectamente arreglado. Dejó de levantar la voz, incluso cuando era víctima de provocaciones viles. Le enseñaron a no demostrar arrogancia. Hizo alianzas con antiguos enemigos –los mismos partidos pequeños de su mayoría aliada que ahora le causan problemas en el Congreso–, apareció en comerciales alegres y conmovedores. Lloró copiosamente, enjugando sus lágrimas en la toga de un ministro de la suprema corte, al ser investido presidente. Conquistó así a todos los brasileños. Obtuvo dos de cada tres votos en la elección para la Presidencia y empezó su gobierno con una aprobación récord.

La llegada de Lula a Brasilia cambió la relación de la ciudad con el poder. De repente, pasamos a toparnos con ministros en bares, restaurantes y rincones ordinarios: hace poco tiempo me senté al lado de Celso Amorím, ministro de Relaciones Exteriores, mientras desayunaba en un café del barrio residencial de Asa Norte. En el tiempo de Cardoso, nuestro antiguo presidente-sociólogo, ese encuentro era impensable: todos los fines de semana, él y todo su gabinete volaban de vuelta a sus casas en Higienópolis, el elegante barrio de intelectuales en Sao Paulo.

Por el contrario, Lula vivió una luna de miel tan intensa con el poder, que le gustó quedarse en la ciudad. La crisis de su gobierno no ha cambiado la situación. Hace poco celebró una fiesta el día de San Juan, invitando a los ministros a vestirse de pajueranos, como lo manda la tradición brasileña. Ha organizado churrascos y partidos de futbol en los jardines de la Granja do Torto, la casa de campo de la Presidencia en Brasilia. El Palacio da Alvorada, la residencia oficial, por primera vez conoció como amigos del presidente a gente común y corriente, y no a miembros de la elite brasileña. Fotos de animados paseos en el barco oficial de la presidencia por el Lago Paranoá fueron encontradas por el periódico Folha de S. Paulo en fotoblogs de amigos adolescentes de los hijos de Lula.

A diferencia de la intelectual Ruth Cardoso –la esposa del ex presidente Fernando Henrique, que nunca aparecía al lado del presidente y prefería dedicar su tiempo a tesis universitarias–, la actual primera dama, Marisa Letícia, es una auténtica ama de casa. En una de las fotos descubiertas en internet, aparece sin maquillaje, en ropas simples, con un plato de comida en las manos –exactamente como tú o yo podríamos estar en un fin de semana–. Pero tampoco hay que exagerar: las fotos muestran también a la pareja en un flamante avión presidencial, valuado en 57 millones de dólares.


¿Parezco socialista?
Además de la crisis política, Lula parece vivir también una crisis de identidad: entre la gente cada vez es más fuerte la idea de que, en cuestiones sociales, no ha hecho todo lo que se esperaba del primer presidente brasileño surgido del pueblo. Había prometido doblar el sueldo mínimo, y en más de la mitad de su mandato sólo lo ha aumentado 11%. Dijo que le daría mejores condiciones de trabajo a la gente como manera de combatir la exclusión social, pero las tasas de desempleo han aumentado en su primer año de gobierno, y hoy se encuentran en el mismo 11.5% del último año de la gestión anterior.

El programa Hambre cero, anunciado por Lula en los primeros meses de gobierno como la panacea de la inclusión social, fue completamente reformado en 2003, y pasó a formar parte, junto con otros programas, de una estrategia de asistencia social llamada Beca-Familia –que no va mucho más allá de un crédito a los más pobres–. La parte del programa que debería capacitar la gente necesitada no salió del papel, y el programa se limita al pago de gratificaciones que varían de seis hasta 40 dólares para 6.5 millones de familias. El gobierno invierte alrededor de 672 millones de dólares por año en este proyecto que, aun así, no llega a todos los necesitados.

Una mirada a las cuentas del gobierno deja claro que no hace falta sólo organización, sino dinero. Este año los ministerios sociales han sido afectados por recortes presupuestales. Muchos de los grandiosos programas que Lula había anunciado en su campaña presidencial, o todavía no han pasado del papel o se han mostrado como grandes fiascos.

Es el caso de Primer empleo, iniciativa que ofrecía exención de impuestos a empresas dispuestas a contratar jóvenes sin experiencia. “No tuvo la respuesta esperada, los incentivos no fueron lo suficientemente atractivos para los empresarios, y el gobierno no tuvo la voluntad de hacer correcciones en el programa”, apunta el politólogo estadunidense David Fleisher, quien vive en Brasil desde hace 15 años. Otras iniciativas, como el ProUni, que garantizaría becas en universidades particulares para alumnos con bajos recursos y podría significar un impulso a toda la juventud brasileña, todavía no ha sido aprobado en el Congreso.

La ausencia de resultados en la política lulista de medio ambiente llevó el Partido Verde (PV), tradicional aliado al PT, a retirarle su apoyo al gobierno, después de que se divulgó la deforestación récord de la Amazonia el año pasado. Nada menos que 26 mil kilómetros cuadrados, un área mayor que el tamaño del estado de México [22.499 km2], fueron deforestados en 2004, resultado de la gran expansión de la actividad agropecuaria, especialmente en el estado de Mato Grosso, en el centro-oeste del país. “Lula vive una contradicción: como la agricultura sostiene la economía y la producción, el gobierno deja de fiscalizar la explotación del medio ambiente para no poner límites a la actividad agrícola”, explicó Leonardo Mattos, diputado del PV.

En la propia conducción de la economía hay otra contradicción. En sus tiempos de opositor, Lula pronunciaba discursos virulentos contra el pago de intereses de la deuda externa –casi 300 mil millones de dólares en los últimos 10 años, tres veces lo que se invirtió en educación el mismo periodo–. Pero después de llegar al poder, la economía no ha cambiado como cabría esperar.
Por criticar ese nuevo perfil del gobierno, parlamentarios del PT vinculados a las causas sociales e históricamente de izquierda, fueron expulsados del partido en diciembre de 2003. Quien se admiró con esa decisión del partido, se sorprendió aún más con la declaración de Lula durante un viaje a Venezuela en agosto de 2003: “Nunca me gustó que me pusieran la etiqueta de izquierda. La primera vez que me preguntaron si era comunista, contesté: soy tornero mecánico”.

¿Parezco un líder mundial?
El tornero mecánico que se volvió presidente tiene una obsesión: incluir a Brasil entre los países con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. El gobierno anterior mejoró la imagen del país en el exterior, y preparó el campo para una postulación de esa naturaleza. Lula hizo suya la pretensión del ex presidente Cardoso y empezó una pretenciosa campaña para obtener una posición de liderazgo –primero de América del Sur y, después, de los demás países en desarrollo.

Entre 2004 y 2005, Brasil invirtió 136 millones de dólares en la reconstrucción de Haití, por ejemplo. Desde que Lula tomó posesión como presidente, el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social Brasileño ha invertido 400 millones de dólares en diversos proyectos: líneas de metro en Venezuela, un proyecto de señalización vial en la República Dominicana, una planta hidroeléctrica en Ecuador, una autopista en Paraguay.

“Más de la mitad de mi mandato la he dedicado a la política internacional”, admitió Lula en la apertura de la Cumbre América del Sur-Países Árabes, en mayo pasado, cuando fue el anfitrión de 34 países de las dos regiones que ensayaron una aproximación política y comercial. Centro de la atención mundial, el presidente no ahorró entusiasmo al hablar de sus propios logros: “Hemos salido de la monotonía a que el mundo estaba destinado al establecer nuevos cambios. La relación entre América del Sur y los países árabes nunca más será la misma”, declaró triunfal.

En 29 meses de gobierno, Lula ha hecho 41 viajes al exterior –casi tres viajes cada dos meses, un promedio mayor que el del presidente estadunidense George Bush en el mismo lapso–. La prioridad han sido los países en desarrollo. “Sin duda, Brasil conquistó mayor autonomía después de que Lula adoptó una política externa inteligente y osada de conexión con otros bloques periféricos”, analiza Lucía Avelar, especialista en participación política de la Universidad de Brasilia –para quien el punto más alto de esa nueva política aconteció en la negociación de la Organización Mundial del Comercio en Cancún, en 2003, cuando Brasil lideró al G-20, grupo de países subdesarrollados, en contra de las barreras agrícolas impuestas por los países ricos.

Gracias a intervenciones como esas, Lula se ha ganado el respeto internacional. Su propuesta a favor de una mayor independencia de los países pobres con respecto de los ricos gana cada vez más adeptos. Mostrando que la lección se empieza en casa, ha cambiado las preferencias de la política comercial brasileña: a pesar de que Estados Unidos se mantiene como el país más importante para las exportaciones brasileñas –soya, carne y leche–, sus vecinos de América Latina se vuelven cada vez más importantes. En el primer trimestre de ese año, por primera vez, el conjunto de los países sudamericanos superaron a Estados Unidos en volumen de compras de productos de Brasil.


¿Parezco reelecto?
La imagen que se tiene de Lula en el exterior es hoy muy distinta de la que se ve desde Brasilia. Esto se debe a los esfuerzos que su gobierno ha hecho en política exterior y a la miopía natural de quien no experimenta las cosas en carne propia. Si afuera es celebrado por ser un presidente surgido de la pobreza, con formación de izquierda y capacidad de interlocución con toda la gente, en Brasil su fama no es suficiente.

A poco más de un año de las elecciones que pueden mantenerlo en el poder, Lula tendrá que hacer algo más que simplemente convencer a la gente de que puede hacerlo mejor en los próximos cuatro años. Cuando fue electo en 2002, lo fue no sólo como presidente, sino como un redentor, la figura mítica por la cual es reconocido hasta hoy fuera de Brasil. Como las elecciones se ganan o se pierde aquí dentro, a Lula le toca reconstruirse. Urgentemente.

From: REVISTA WOW

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